Nos encontramos de nuevo, celebrando nuestra efeméride, el 26 de Diciembre, y así van pasando los años, y la vida se sigue presentando ante nosotres. ¡La vida!

Dicen que a veces las heridas no empiezan en nosotres, que vienen viajando desde lejos, de casa donde el amor convivía con la agresión, de historias donde quienes amaban también herían, sin saberlo. Así, de generación en generación, el dolor se fue transformando como un eco que nadie alcanzaba a callar.

Hasta que un día, alguien se detiene, no para juzgar, no para vengar, sino para mirar el dolor a los ojos y decir: "hasta aquí".

Alguien donde siembre amor donde hubo heridas, donde ofrecen ternura donde hubo miedo.

Decide cortar con cadenas invisibles y dejar que la vida respire libre. Porque sanar no es olvidar, sanar es honrar el amor verdadero y elegir un camino donde la violencia no tenga herederes. Es así, como celebramos a quienes se animan a sanar la historia, aunque tiemblen.

¡Y así van pasando los años! Envejecer no es un golpe repentino, es un lento aprendizaje. Vamos acumulando amaneceres, y despedidas, alegrías y cansancios, hasta que un día descubrimos que la vida nos ha ido esculpiendo, no solo en el rostro, también en la manera de mirar y en la forma de sentir. No siempre es fácil, pesan los lunes, pesan los silencios y, a veces, hasta el tiempo parece mal administrado. Pero envejecer también es descubrir que cada instante tiene un valor único, aunque a menudo lo olvidamos.

¡Que hasta en la rutina más gris hay un destello que nos recuerda que la vida, pese a todo, sigue siendo bella!

Quizá la filosofía de envejecer consista en eso, en aceptar la complejidad de la vida, en sonreír incluso cuando cueste y en no dejar de esperar que lleguen las cigüeñas cada día.

¡Que el miedo no nos devuelva al armario; escojamos no escondernos incluso con miedo!

Juan José Argüello Aira, presidente de la Fundación 26 de Diciembre