La cronología de la infancia no está hecha de líneas sino de sobresaltos. La memoria es un espejo opaco y vuelto añicos,o mejor dicho, está hecha de intemporales conchas de recuerdos desperdigados sobre una playa de olvidos. Sé que pasaron muchas cosas durante aquellos años, pero intentar recordarlas es tan desesperante como intentar recordar un sueño, un sueño que nos ha dejado una sensación, pero ninguna imagen, una historia sin historia, vacía, de la que queda solamente un vago estado de ánimo. Las imágenes se han perdido. Los años, las palabras, los juegos, las caricias, se han borrado, y sin embargo de repente, repasando el pasado, algo vuelve a iluminarse en la oscura región del olvido. Casi siempre se trata de una vergüenza mezclada con alegría, y casi siempre están las caras de los míos, pegadas a la mía como la sombra que arrastramos o que nos arrastra.
Mis amigos y mis compañeros se reían de mí por una costumbre de mi casa que, sin embargo, esas burlas no pudieron extirpar. Cuando yo llegaba a casa, mis padres para saludarme me besaban, me decían frases cariñosas, a la vez mi padre sacaba del horno las zapatillas y me las entregaba ( para que tengas los pies calientes, me decía), o bien metido ya en la cama, él se levantaba y me tapaba para que no cogiera frió. La primera vez que se rieron de mí por ” ese saludo de mariquita y niño consentido” , yo no esperaba semejante burla. Hasta ese instante yo estaba seguro de que esa era la forma normal y corriente en que todos los padres saludaban y trataban a sus hijos. Pero no, resulta que en mi pueblo no era así. Un saludo entre padres e hijos, tenia que ser distante, bronco y sin afecto aparente.
Durante un tiempo evité esos saludos tan efusivos si había extraños por ahí, y no tan extraños, pues me daba pena y no quería que se burlaran de mí. Lo malo era que, aun si estaba acompañado, ese saludo a mí me hacía falta, me daba seguridad. Pero no todo fue burla entre mis compañeros; recuerdo que una vez, ya casi al final de la adolescencia, un amigo muy querido, mi íntimo amigo por aquella época, me confesó: ” Hombre, siempre me ha dado envidia de unos padres así. Los míos no me han dado un beso en toda mi vida”.
Pienso que mimar a los hijos es el mejor sistema educativo, si quieres que tu hijo sea bueno, hazlo feliz, si quieres que sea mejor,hazlo más feliz. Los hacemos felices para que sean buenos y para que luego su bondad aumente su felicidad. Es posible que nadie, ni los padres, puedan hacer completamente felices a sus hijos, lo que sí es cierto y seguro es que los pueden hacer muy infelices.
Recuerdos de infancia, de mi infancia…acuden a mi en esta noche de insomnio y soledad, consciente del paso del tiempo, consciente de la paradoja de Zenón .” un infinito número de pasos es una cantidad finita de tiempo”, consciente de mi tiempo, de mi edad, de mis temores, de las amarguras, de las ausencias. Y por recordar, añoro ser ese niño que llega a casa y sus seres queridos le besan, le dicen frases cariñosas, le arropan porque tiene frío, ..le cobijan. Tengo frío. Tengo los pies fríos.
JJA